Tania Aillon Gómez
Los organismos internacionales como la
OIT (Organización Internacional del Trabajo), con la oleada de precarización
del trabajo en las últimas décadas, pusieron en boga los términos de trabajo “típico y “atípico” o
trabajo “clásico” y “no clásico”, para distinguir al trabajo temporal o parcial
de aquel con estabilidad y protección laboral(trabajo “típico”), dando a entender
que lo “típico “del capitalismo seria el empleo estable con protección social,
una apreciación sobre la que consideramos vale la pena detenerse, por las connotaciones ideológicas que parece contener.
Este artículo no pretende ser exhaustivo
en esta reflexión, sin embargo, busca cuestionar los alcances explicativos de
estos términos, para comprender la dinámica del empleo y del trabajo en el capitalismo
contemporáneo, con el fin de rescatar una vocación crítica y reflexiva de conceptos
que han tomado carta de ciudadanía en el mundo académico, sobre todo en América
Latina.
1. ¿ES EL TRABAJO “ATÍPICO” REALMENTE ATÍPICO
EN EL CAPITALISMO?
Concebir como algo “atípico” el trabajo temporal en el
capitalismo, es no tener en cuenta uno de sus rasgos constitutivos
fundamentales, la conversión de la fuerza de trabajo en mercancía[i]. Al respecto, un manantial
de trabajos en las ciencias sociales, se dicaron a describir y analizar el drama
humano que dio luz al capitalismo: la
separación del productor directo de sus medios de producción (acumulación
originaria de capital)[ii]. Una etapa en la que las ciencias sociales
nacen como Economía Política preguntándose ¿De dónde provienen los pobres?[iii].
Polany (2007)[iv] propone como respuesta: que la agravación del pauperismo y el aumento de sus tasas, respondería al crecimiento de lo que hoy denominaríamos el paro invisible, en una época en la que el propio empleo era por regla general invisible, con el predomino de la industria a domicilio. Convertida la fuerza de trabajo en mercancía, según Polany, el paro y el desempleo son resultado de las fluctuaciones del comercio de manufacturas. Se trata del proceso de subsunción de las posibilidades de reproducción de la fuerza de trabajo a la dinámica de los ciclos expansivos o contractivos de la economía capitalista, un proceso que, según el mismo autor, se caracteriza, en la época, porque en las fases de auge del comercio de manufacturas la elevación del empleo era aún lenta, mientras que en la fase recesiva, el aumento del paro y del subempleo es más rápido. Una dinámica que dicho autor asocia de forma acertada, con la formación de lo que el materialismo histórico denomina ejército industrial de reserva, el que parece haber tenido un peso mucho más considerable que la creación del ejército industrial propiamente dicho[v].
Las
marcadas fluctuaciones del comercio estuvieron asociadas a una desorganización
de los oficios, tanto en los pueblos como en las ciudades, la que devino en el rápido
aumento del desempleo; un proceso de desarraigo acumulativo de la población del
campo, que, atraída por el empleo industrial y comercial, en la posterior fase recesiva, quedaba a la deriva, sin su hábitat rural de origen. Un proceso acelerado por el cierre de las
tierras comunales, las enclosures, las concentraciones de tierras; la guerra contra los cottages, la absorción de los huertos y tierras colindantes. La
confiscación del terreno de uso de las tierras comunales, privó a la industria
a domicilio de sus dos principales pilares: las ganancias familiares y el
soporte agrícola. A medida que avanzó la
racionalización capitalista del agro en países como Inglaterra, se imposibilitó el acceso directo de los trabajadores desempleados, con lacerantes
consecuencias sobre su seguridad social.
A medida que la revolución industrial y
agrícola avanzaban, los efectos de la nueva plaga, la fluctuación del empleo en
la industria hacia verla como un espacio laboral sin futuro. Polany (2007) recuerda,
cómo David Davies resaltaba la fluctuación de los trabajadores en la
industria en estos términos: “Los
obreros que hoy tienen pleno empleo pueden encontrarse mañana en la calle mendigando
su pan...”, “La incertidumbre de la situación de los trabajadores es el
resultado más perverso de estas innovaciones”, “Cuando una ciudad que tiene una
manufactura se ve privada de ella, sus habitantes sufren, por decirlo así, una
parálisis, y se convierten instantáneamente en una clientela para los socorros
parroquiales. Pero el mal no muere con esta generación...”[vi]. De
ahí también, como remarca Polany (2007), que el espectro de la superpoblación
comenzara a preocupar a autores como William Townsend en 1786: “Si exceptuamos
la especulación, resulta un hecho comprobado en Inglaterra que disponemos de
más almas de las que podemos alimentar y de muchas más de las que podríamos
emplear útilmente en el actual sistema jurídico”[vii].
La
relación intermitente, fluctuante y condicional del trabajador con su puesto de
trabajo que caracteriza al trabajo asalariado en el capitalismo[viii]
muestra nefastas consecuencias desde sus orígenes, a medida que se produce
el cambio de relaciones sociales no mediadas por el mercado, a otras
relaciones, dentro de las cuales, el individuo para reproducirse está
obligado a convertir su fuerza de trabajo en mercancía; en un
mercado en el que la seguridad de ser ocupado por un empleador no depende de
las necesidades del trabajador, sino de una dinámica “externa” movida por los
requerimientos de una economía que gravita entre fases de auge y de recesión,
en un ambiente de competencia permanente(con miras a la obtención de la
ganancia media); dentro del cual, los capitalistas se ven impelidos a
innovaciones tecnológicas permanentes, que elevan la composición orgánica de
sus capitales; un proceso que expulsa de forma relativa, más
fuerza de trabajo de la que atrae[ix].
Esta
relación intermitente entre trabajador y puesto de trabajo, que como se ve,
caracteriza al capitalismo desde sus orígenes, es la puerta por la que se
filtran todas las notas que los organismos internacionales como la OIT o
importante contingente de académicos dedicados a investigar el mundo del
trabajo, denotan con el termino de trabajo “atípico” (temporal-intermitente, a
tiempo parcial, sin beneficios sociales, etc.).
Un término que dice que lo típico del capitalismo es la
estabilidad laboral, con seguridad social, etc. y que la crecida precariedad
del empleo y el trabajo en el
capitalismo contemporáneo no sería “típica” del capitalismo; se trata de un quid pro quo, que pone la silla al revés,
que desde una visión normativista, naturaliza
una etapa del desarrollo capitalista (en la que en los países centrales predominó
el Estado del bienestar) caracterizado por políticas públicas que
neutralizaron, en alguna medida, la intermitencia de los trabajadores en sus
puestos de trabajo)[x], convirtiéndola
en inherente al capitalismo.
Se trató de una etapa en la historia del
capitalismo a la que autores como Castel (2009)[xi],
de clara inspiración normativista quieren reeditar, cuando platean que, ante la
precarización laboral generalizada, que deja excluida, a gran parte de la
población de la relación central de socialización, que es el trabajo
asalariado (vehículo concreto de
derechos, deberes sociales,
responsabilidades, reconocimiento sujeciones y coacciones), y el riesgo
que corre la cohesión social, se debe
retornar al” Estado social” como garante y promotor de la “condición
salarial”.
Desde nuestra perspectiva, que va más
allá de la norma, consideramos que es necesario explicar la reproducción de
esta forma de trabajo a la que se denomina “atípica”, como parte inherente a la dinámica
capitalista de acumulación (desde que la fuerza de trabajo es mercancía). Para esto, será necesario retomar la concepción
de Marx acerca de la sobrepoblación relativa.
2. TRABAJO “ATÍPICO” Y SOBREPOBLACIÓN RELATIVA
Marx (2008)[xii] precisaba que la
sobrepoblación relativa existe en todos los matices posibles y que todo obrero
la integra durante el período en que está semi ocupado o desocupado y asume
tres formas básicas: la fluctuante, la latente y la estancada. En la era de la
digitalización y flexibilización de los procesos de trabajo, son dos las formas
que sobresalen: la fluctuante y la
estancada. Aquí nos centraremos en la primera, por su relación directa con el
llamado trabajo “atípico”.
La automatización que se profundiza con la digitalización de los procesos de trabajo exige la polifuncionalidad de los trabajadores, una exigencia que dentro del capitalismo deviene en flexibilidad laboral, para dar curso a una flexibilidad funcional de la fuerza de trabajo. Es una adecuación de los mercados de trabajo a los requerimientos del capital, que intensifica la fluctuación de la fuerza de trabajo con recursos de gestión como la subcontratación, la tercerización, los “trabajadores independientes”, etc.), formas de organización del trabajo que se fueron consolidando como legales, con miras a bajar los costos laborales, mediante la evasión de beneficios sociales, pero también, como formas de organización del trabajo que facilitan el control de los trabajadores, a través de su inestabilidad laboral y su intermitencia entre la ocupación, la desocupación y la subocupación[xiii].
Así
se amplía el contingente de trabajadores fluctuantes[xiv], fluctuantes porque
transitan, de manera más o menos permanente, entre la ocupación, la
desocupación y la subocupación; es una fluctuación que en nuestra era se
generaliza de forma notoria a medida que aumenta la composición orgánica del capital, con la
automatización de los procesos productivos y a medida que se afianza la
flexibilización laboral. Desde nuestra perspectiva, el trabajo” atípico” no es
más que el denominativo ideológico a una forma de existencia de esta
sobrepoblación relativa, que muestra cómo el empleo y el trabajo se adecuan a
los vaivenes de la demanda capitalista de fuerza de trabaja, vaivenes que
visibilizan el grado en que se han profundizado y diversificado las modalidades
de existencia de una sobrepoblación fluctuante que sobrevive entre el empleo,
el desempleo y el subempleo.
Un indicador de la dimensión de la
sobrepoblación fluctuante es la proporción de empleo temporal y de tiempo
parcial en diversos países del mundo, en relación al empleo dependiente total.
De acuerdo de la OCDE (Organización Para la Cooperación y el Desarrollo
Económico), para el año 2020, 27 países de la Unión Europea, en promedio,
tienen una proporción del 13,6 % de empleo temporal, en relación al total del
empleo dependiente(asalariados). En
Europa sobresale el caso de España, donde para 2020, el 24% del empleo
dependiente era empleo temporal. La proporción más alta de empleo temporal,
entre los países considerados por la OCDE, se encuentra en Chile, Corea y
Colombia, donde el trabajo temporal supera el 25% de trabajo temporal, sobre el
total del empleo dependiente[xv].
Este fenómeno causado por
transformaciones estructurales del proceso de trabajo , desde el enfoque
normativista, se atribuye a “la ruptura
de la relación salarial”, por lo que organismos como la OIT o autores como
Castel, ven la solución a esta fluctuación considerada como “atípica” o
“anómica”, en el retorno al trabajo normado y protegido por el Estado; un
retorno que como nos muestran los últimos 30 años de historia del capitalismo, no se ha producido, pese a que corrió mucha tinta, relacionada con la
condena al neoliberalismo y la
flexibilización laboral. De esta manera, una sobrepoblación fluctuante,
que de forma más o menos continua, oscila entre el empleo y el desempleo, no es
“atípica” en el capitalismo, sino más bien, condición de su existencia a lo
largo de su historia. En nuestros días, ya no se trata de un contingente de
trabajadores fluctuantes[xvi] atrapados entre las normas del antiguo régimen
y el cambio en las relaciones sociales de producción (una sociedad de mercado
que no termina de nacer), sino de trabajadores que componen el “ejército
industrial de reserva”, reproducidos continuamente, por la propia dinámica del
capitalismo en la era de la digitalización.
3. SOBRE QUÉ HACER FRENTE A LA REDUCCIÓN DEL
TIEMPO DE TRABAJO NECESARIO
Vemos
que la proliferación del trabajo “atípico” es el indicador de procesos más
profundos por los que a medida que se acrecienta la composición
orgánica del capital, vía automatización de los procesos productivos, se aumenta
la productividad el trabajo, proceso que va negando al trabajo su calidad de sustrato
del valor producido, por lo que cada vez más, requerimos trabajar menos para
producir lo mismo o más, esto niega tambien, al trabajo su calidad de
mediador de la distribución de la riqueza social. De ahí que surjan propuestas y debates acerca de cómo, en una sociedad en la cual, para tener
un ingreso se debe trabajar con la mediacion del mercado, pueda accederse a este
ingreso, sin dicha mediación, en un contexto de desplazamiento del trabajo humano
por tecnologías de punta.
Autores como André Gorz (2004)[xvii] han planteado alternativas, como
el reparto más equitativo del trabajo socialmente necesario y de la
riqueza socialmente producida, que
garantice un ingreso suficiente,
incondicional y universal, que provea una base material que garantice
condiciones de autonomía suficiente para que los individuos dispongan de sus
decisiones laborales, algo que se complementaría con una redistribución del
trabajo que combine segmentos
colectivos e individuales del tiempo de trabajo, bajo la forma de obligaciones
que consideren momentos de articulación con el mercado, con momentos de
actividad fuera del mismo. Dentro de este contexto, debería promoverse todo
tipo de experiencias que deriven en nuevas sociabilidades, a través de alternativas de cooperación e intercambio del trabajo, divergentes de la forma
de mercado, mediante la auto organización en la búsqueda de expansión de
nuevas configuraciones de lazo sociales no mediados por el mercado[xviii].
Al
considerar el carácter “irreversible” de la declinación de la demanda de
trabajo humano en términos de mercado (destacando el ritmo más que alarmante de
dicha tendencia), se plantea como tarea fundamental un ejercicio crítico, que
cambie la noción mercantil del trabajo, con la disponibilidad de medios para la
subsistencia: “no [hay que] pensar más [al trabajo] como aquello que tenemos o
no tenemos, sino como aquello que hacemos. Hay que atreverse a tener la
voluntad de apropiarse de nuevo del trabajo”[xix]. Según Gorz se trataría de una
“liberación” de las ataduras del discurso social dominante, que genere la
capacidad para pensar en nuevas formas de cooperación productiva, intercambio y
solidaridad, que consolide sociabilidades alternativas a las relaciones de
mercado, como plataforma para un cambio estructural[xx].
Desde
otra perspectiva, pero en respuesta a la misma problemática, autores como
Jerimy Rifkin (1996)[xxi],
preocupados también, por la pérdida de cohesión social, plantean que en aquellas sociedades que continúan enmarcando al trabajo en
el mercado y el Estado, sin buscar alternativas, se volverá irremediable algún
tipo de salida represiva, para el “disciplinamiento” de aquellos que ni el
mercado requerirá ni el Estado podría absorber, por lo que se hará necesario
generar un espacio social “más allá” del mercado y el Estado, un tercer sector o la “Economía Social”, donde
se incluiría a todas las actividades que en la actualidad realizan
organizaciones sin fines de lucro, un espacio que se torna relevante por
dos contenidos : el carácter solidario de las actividades que allá se
realizan y los efectos socialmente cohesionantes y democráticos que de ello provendría. Rifkin considera que estos
aspectos podrían convertirse en el núcleo de “una visión alternativa al ethos utilitarista de la economía de
mercado, un espacio que se convierta en un soporte “cultural” para la
emergencia de una sociedad pos mercado, que se base en la realización personal
a través de acción solidaria y la participación democrática orientada a las
comunidades locales como, asimismo, a la construcción de una conciencia y
solidaridad global.
CONSIDERACIONES FINALES
Como el trabajo “atípico” es el trabajo
típico del capitalismo (porque la fuerza de trabajo es una mercancía),
consideramos que nombrarlo como “atípico”, da la ilusión de que podría
desaparecer si se empeña la suficiente voluntad institucional, para que, a
través de una paulatina erradicación de la flexibilización laboral, con
políticas públicas adecuadas, termine extinguiéndose. Pero la posibilidad de
esta erradicación no aparece en el horizonte, habida cuenta que, en los últimos
decenios, a través de distintas vías, más bien, las patronales buscaron
legitimar y legalizar la flexibilidad laboral, no en vano, los organismos
internacionales como la OIT o la CEPAL dedican sus estudios a la temática y
proponen alternativas de políticas públicas que encaminen a la desaparición de
lo que denominan trabajos “atípicos”.
Consideramos a estos esfuerzos,
mínimamente limitados para resolver una problemática, que es solo un síntoma de
procesos estructurales irreversibles, ante los cuales se puede asumir la
alternativa propuesta por las corrientes normativistas, de corregir el trabajo
“atípico “a través de normas, o más bien,
verlo como una puerta de entrada
a la negación del mercado del trabajo (del trabajo asalariado) en tanto
mecanismo de distribución de la riqueza social producida; es decir, como
indicador de que el capitalismo por el alto desarrollo de las fuerzas productivas
(robotización, digitalización, etc. ) que él mismo produjo, en la búsqueda por mejorar sus condiciones
de competencia, va negando en
los hechos, sus propias condiciones de reproducción, porque al no poder ofertar trabajo, para reproducir a sus
explotados en condiciones medias de subsistencia, restringe sus propias
condiciones de reproducción, no solo por el ensanchado problema social y
político que provoca, sino porque se devora la cola, recortando la demanda en los mercados a los que destina su producción y enfrentando crisis de sobreproducción que aparecen como crisis financieras.
Si uno
reflexiona sobre las propuestas
elaboradas por algunos autores a los que nos hemos referido, en la perspectiva
de gestionar este tiempo de trabajo que
va quedando liberado (se esté o no de acuerdo con ellas); se ve que muestran la toma de conciencia
sobre cambios estructurales que no los disiparemos ya con medidas normativas, cambios
que van en la dirección de negar al trabajo asalariado desde sus raíces, como
relación social en la que se sustenta la producción de la riqueza y su
distribución en el capitalismo. Es decir, se
trata de una negación que no se produce en la dimensión normativa como nos plantea Castel (2009),
sino que emerge como resultado del desarrollo de las contradicciones del
capitalismo.
Avanzar
en el sentido de esta negación, significa dejar de platearse al trabajo “típico”
(estable con beneficios sociales) como la salida más probable al supuesto
trabajo “atípico” (temporal, intermitente, sin beneficios sociales, etc.) y avanzar
en el sentido de que los trabajadores participen de la riqueza social, a través
de formas sociales que profundicen la negación de la relación salarial como
mediadora de la producción y
distribución de la riqueza, lo que significa en última instancia, la
negación a la sociedad basada en la propiedad privada, pero también, significa
el aprovechamiento de todas las fuerzas productivas que el capitalismo nos ha
legado, para liberarnos del trabajo limitado por la necesidad y dedicarnos a
expandir nuestra capacidad creativa como individuos humanos.
[i] Karl. M. (2008). El capital, Tomo I,
vol.3. Siglo XXI.
[ii] Ídem
[iii] Polany. K. (2007). La gran transformación. Critica al
liberalismo económico. Quipu Editorial.
https://traficantes.net/sites/default/files/Polanyi,_Karl_-La_gran_transformacion.pdf
[iv] Ídem
[v] Ídem.
[vi] Davies, citado en Polany. K.
(2007). La gran transformación. Critica
al liberalismo económico. Quipu Editorial. https://traficantes.net/sites/default/files/Polanyi,_Karl_-La_gran_transformacion.pdf,
ver página 160.
[vii] Townsend, citado en Polany. K.
(2007). La gran transformación. Critica
al liberalismo económico. Quipu Editorial. https://traficantes.net/sites/default/files/Polanyi,_Karl_-La_gran_transformacion.pdf, ver pagina
161.
[viii]Naville, P. (2016).
Vers l’automatisme social? Syllepse
[ix] Karl. M. (2008). El capital, Tomo I,
vol.3. Siglo XXI.
[x] Castro. L. F. (2016). Obreros
fluctuantes frente a la dominación patronal. Muela del Diablo y LLankaymanta.
[xi] Castel. R. (2009). La metamorfosis de la cuestión
social. Una crónica del salariado. Paidós.
[xii] Karl. M. (2008). El capital, Tomo I,
vol.3. Siglo XXI.
[xiii] Castro. L. F. (2016). Obreros
fluctuantes frente a la dominación patronal. Muela del Diablo y LLankaymanta.
[xiv] Ídem.
[xv] (OCDE, 2020)
[xvi] Castro. L. F. (2016). Obreros
fluctuantes frente a la dominación patronal. Muela del Diablo y LLankaymanta.
[xvii] gorz
[xviii] Idem
[xix] idem
[xx] idem
[xxi] Rifkin, J. (1996). El fin del trabajo. Paidós
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