-->

Llank'aymanta presenta el libro:

Trabajo asalariado, el claroscuro del Censo Agropecuario

La actualidad de las tesis de Marini para entender el proyecto del Capitalismo "Andino - Amazónico

Reseña al libro de Tania Aillón, "Japonización" de la dominación patronal y respuesta obrera

Subcontratación, reforma laboral y lucha obrera: El caso de los obreros del sector industrial en Bolivia

1 2 3 4 5

lunes, 29 de agosto de 2022

La expansión del trabajo “atípico”: Un síntoma de la negación del valor trabajo

 


Tania Aillon Gómez        

 


Los organismos internacionales como la OIT (Organización Internacional del Trabajo), con la oleada de precarización del trabajo en las últimas décadas, pusieron en boga  los términos de trabajo “típico y “atípico” o trabajo “clásico” y “no clásico”, para distinguir al trabajo temporal o parcial de aquel con estabilidad y protección laboral(trabajo “típico”), dando a entender que lo “típico “del capitalismo seria el empleo estable con protección social, una apreciación sobre la que consideramos vale la pena detenerse, por las  connotaciones ideológicas que parece contener.  Este artículo no pretende ser exhaustivo en esta reflexión, sin embargo, busca cuestionar los alcances explicativos de estos términos, para comprender la dinámica del empleo y del trabajo en el capitalismo contemporáneo, con el fin de rescatar una vocación crítica y reflexiva de conceptos que han tomado carta de ciudadanía en el mundo académico, sobre todo en América Latina.

 1. ¿ES EL TRABAJO “ATÍPICO” REALMENTE ATÍPICO EN EL CAPITALISMO?

 Concebir como algo “atípico” el trabajo temporal en el capitalismo, es no tener en cuenta uno de sus rasgos constitutivos fundamentales, la conversión de la fuerza de trabajo en mercancía[i]. Al respecto, un manantial de trabajos en las ciencias sociales, se dicaron a describir y analizar el drama humano que dio luz al capitalismo:  la separación del productor directo de sus medios de producción (acumulación originaria de capital)[ii].  Una etapa en la que las ciencias sociales nacen como Economía Política preguntándose ¿De dónde provienen los pobres?[iii].



Polany (2007)[iv] propone como respuesta:  que la agravación del pauperismo y el aumento de sus tasas, respondería al crecimiento de lo que hoy denominaríamos el paro invisible, en una época en la que el propio empleo era por regla general invisible, con el predomino de la industria a domicilio. Convertida la fuerza de trabajo en mercancía, según Polany, el paro y el desempleo son resultado de las fluctuaciones del comercio de manufacturas. Se trata del proceso de subsunción de las posibilidades de reproducción de la fuerza de trabajo a la dinámica de los ciclos expansivos o contractivos de la economía capitalista, un proceso que, según el mismo autor, se caracteriza, en la época, porque en las fases de auge del comercio de manufacturas la elevación del empleo era aún lenta, mientras que en la fase recesiva, el aumento del paro y del subempleo es más rápido. Una dinámica que dicho autor asocia de forma acertada, con la formación de lo que el materialismo histórico denomina ejército industrial de reserva, el que parece haber tenido un peso mucho más considerable que la creación del ejército industrial propiamente dicho[v].

Las marcadas fluctuaciones del comercio estuvieron asociadas a una desorganización de los oficios, tanto en los pueblos como en las ciudades, la que devino en el rápido aumento del desempleo; un proceso de desarraigo acumulativo de la población del campo, que, atraída por el empleo industrial y comercial, en la posterior fase recesiva,  quedaba a la deriva, sin su hábitat rural de origen.  Un proceso acelerado por el cierre de las tierras comunales, las enclosures, las concentraciones de tierras; la guerra contra los cottages, la absorción de los huertos y tierras colindantes. La confiscación del terreno de uso de las tierras comunales, privó a la industria a domicilio de sus dos principales pilares: las ganancias familiares y el soporte agrícola.  A medida que avanzó la racionalización capitalista del agro en países como Inglaterra, se imposibilitó el acceso directo de los trabajadores desempleados, con lacerantes consecuencias sobre su seguridad social.

 A medida que la revolución industrial y agrícola avanzaban, los efectos de la nueva plaga, la fluctuación del empleo en la industria hacia verla como un espacio laboral sin futuro. Polany (2007)  recuerda,  cómo David Davies resaltaba la fluctuación de los trabajadores en la industria en estos términos:  “Los obreros que hoy tienen pleno empleo pueden encontrarse mañana en la calle mendigando su pan...”, “La incertidumbre de la situación de los trabajadores es el resultado más perverso de estas innovaciones”, “Cuando una ciudad que tiene una manufactura se ve privada de ella, sus habitantes sufren, por decirlo así, una parálisis, y se convierten instantáneamente en una clientela para los socorros parroquiales. Pero el mal no muere con esta generación...”[vi]. De ahí también, como remarca Polany (2007), que el espectro de la superpoblación comenzara a preocupar a autores como William Townsend en 1786: “Si exceptuamos la especulación, resulta un hecho comprobado en Inglaterra que disponemos de más almas de las que podemos alimentar y de muchas más de las que podríamos emplear útilmente en el actual sistema jurídico”[vii].

La relación intermitente, fluctuante y condicional del trabajador con su puesto de trabajo que caracteriza al trabajo asalariado en el capitalismo[viii] muestra nefastas consecuencias desde sus orígenes, a medida que se produce el cambio de relaciones sociales no mediadas por el mercado, a otras relaciones, dentro de las cuales, el individuo para reproducirse está obligado a convertir su fuerza de trabajo en mercancía; en un mercado en el que la seguridad de ser ocupado por un empleador no depende de las necesidades del trabajador, sino de una dinámica “externa” movida por   los requerimientos de una economía que gravita entre fases de auge y de recesión, en un ambiente de competencia permanente(con miras a la obtención de la ganancia media); dentro del cual, los capitalistas se ven impelidos a innovaciones tecnológicas permanentes, que elevan la composición orgánica de sus  capitales; un  proceso que expulsa de forma relativa, más fuerza de trabajo de la que  atrae[ix].   

Esta relación intermitente entre trabajador y puesto de trabajo, que como se ve, caracteriza al capitalismo desde sus orígenes, es la puerta por la que se filtran todas las notas que los organismos internacionales como la OIT o importante contingente de académicos dedicados a investigar el mundo del trabajo, denotan con el termino de trabajo “atípico” (temporal-intermitente, a tiempo parcial, sin beneficios sociales, etc.).  Un término que dice que lo típico del capitalismo es la estabilidad laboral, con seguridad social, etc. y que la crecida precariedad del empleo y el trabajo  en el capitalismo contemporáneo no sería “típica” del capitalismo; se trata de un quid pro quo, que pone la silla al revés, que desde una visión  normativista, naturaliza una etapa del desarrollo capitalista (en la que en los países centrales predominó el Estado del bienestar) caracterizado por políticas públicas  que  neutralizaron, en alguna medida,  la intermitencia de los trabajadores en sus puestos de trabajo)[x], convirtiéndola en inherente al capitalismo.

 Se trató de una etapa en la historia del capitalismo a la que autores como Castel (2009)[xi], de clara inspiración normativista quieren reeditar, cuando platean que, ante la precarización laboral generalizada, que deja excluida, a gran parte de la población de la relación central de socialización, que es el trabajo asalariado (vehículo concreto de  derechos, deberes sociales,  responsabilidades, reconocimiento sujeciones y coacciones), y el riesgo que corre la cohesión social, se debe   retornar al” Estado social” como garante y promotor de la “condición salarial”.

Desde nuestra perspectiva, que va más allá de la norma, consideramos que es necesario explicar la reproducción de esta forma de trabajo a la que se denomina “atípica”, como parte inherente a la dinámica capitalista de acumulación (desde que la fuerza de trabajo es mercancía).  Para esto, será necesario retomar la concepción de Marx acerca de la sobrepoblación relativa.

 2. TRABAJO “ATÍPICO” Y SOBREPOBLACIÓN RELATIVA

Marx (2008)[xii] precisaba que la sobrepoblación relativa existe en todos los matices posibles y que todo obrero la integra durante el período en que está semi ocupado o desocupado y asume tres formas básicas: la fluctuante, la latente y la estancada. En la era de la digitalización y flexibilización de los procesos de trabajo, son dos las formas que sobresalen:  la fluctuante y la estancada. Aquí nos centraremos en la primera, por su relación directa con el llamado trabajo “atípico”.


La automatización que se profundiza con la digitalización de los procesos de trabajo exige la polifuncionalidad de los trabajadores, una exigencia que dentro del capitalismo deviene en flexibilidad laboral, para dar curso a una flexibilidad funcional de la fuerza de trabajo. Es una adecuación de los mercados de trabajo a los requerimientos del capital, que intensifica la fluctuación de la fuerza de trabajo con recursos de gestión como la subcontratación, la tercerización, los “trabajadores independientes”, etc.), formas de organización del trabajo  que se fueron consolidando como legales, con miras a bajar los costos laborales, mediante la evasión de beneficios sociales, pero también, como formas de organización del trabajo que facilitan el control  de los trabajadores, a través de su inestabilidad laboral y su intermitencia entre la ocupación, la desocupación y la subocupación[xiii].

 Así se amplía el contingente de trabajadores fluctuantes[xiv], fluctuantes porque transitan, de manera más o menos permanente, entre la ocupación, la desocupación y la subocupación; es una fluctuación que en nuestra era se generaliza de forma notoria a medida que aumenta la composición orgánica del capital, con la automatización de los procesos productivos y a medida que se afianza la flexibilización laboral. Desde nuestra perspectiva, el trabajo” atípico” no es más que el denominativo ideológico a una forma de existencia de esta sobrepoblación relativa, que muestra cómo el empleo y el trabajo se adecuan a los vaivenes de la demanda capitalista de fuerza de trabaja, vaivenes que visibilizan el grado en que se han profundizado y diversificado las modalidades de existencia de una sobrepoblación fluctuante que sobrevive entre el empleo, el desempleo y el subempleo.

Un indicador de la dimensión de la sobrepoblación fluctuante es la proporción de empleo temporal y de tiempo parcial en diversos países del mundo, en relación al empleo dependiente total. De acuerdo de la OCDE (Organización Para la Cooperación y el Desarrollo Económico), para el año 2020, 27 países de la Unión Europea, en promedio, tienen una proporción del 13,6 % de empleo temporal, en relación al total del empleo dependiente(asalariados).  En Europa sobresale el caso de España, donde para 2020, el 24% del empleo dependiente era empleo temporal. La proporción más alta de empleo temporal, entre los países considerados por la OCDE, se encuentra en Chile, Corea y Colombia, donde el trabajo temporal supera el 25% de trabajo temporal, sobre el total del empleo dependiente[xv].

Este fenómeno causado por transformaciones estructurales del proceso de trabajo , desde el enfoque normativista, se  atribuye a “la ruptura de la relación salarial”, por lo que organismos como la OIT o autores como Castel, ven la solución a esta fluctuación considerada como “atípica” o “anómica”, en el retorno al trabajo normado y protegido por el Estado; un retorno que como nos muestran los últimos 30 años de historia del capitalismo, no se ha producido, pese a que corrió mucha tinta, relacionada con la condena  al neoliberalismo y la flexibilización laboral.   De esta manera, una sobrepoblación fluctuante, que de forma más o menos continua, oscila entre el empleo y el desempleo, no es “atípica” en el capitalismo, sino más bien, condición de su existencia a lo largo de su historia. En nuestros días, ya no se trata de un contingente de trabajadores fluctuantes[xvi]  atrapados entre las normas del antiguo régimen y el cambio en las relaciones sociales de producción (una sociedad de mercado que no termina de nacer), sino de trabajadores que componen el “ejército industrial de reserva”, reproducidos continuamente, por la propia dinámica del capitalismo en la era de la digitalización.

 3. SOBRE QUÉ HACER FRENTE A LA REDUCCIÓN DEL TIEMPO DE TRABAJO NECESARIO

 Vemos que la proliferación del trabajo “atípico” es el indicador de procesos más profundos por los que   a medida que se acrecienta la composición orgánica del capital, vía automatización de los procesos productivos, se aumenta la productividad el trabajo, proceso que va negando al trabajo su calidad de sustrato del valor producido, por lo que cada vez más, requerimos trabajar menos para producir lo mismo o más, esto niega tambien, al trabajo su calidad de mediador de la distribución de la riqueza social. De ahí que surjan propuestas y debates acerca de cómo, en una sociedad en la cual,  para tener un ingreso se debe trabajar con la mediacion del mercado, pueda accederse a este ingreso, sin dicha mediación, en un contexto de desplazamiento del trabajo humano por tecnologías de punta.

 Autores como André Gorz (2004)[xvii] han planteado   alternativas,  como el reparto más  equitativo  del trabajo socialmente necesario y de la riqueza socialmente producida,  que garantice  un ingreso suficiente, incondicional y universal, que provea una base material que garantice condiciones de autonomía suficiente para que los individuos dispongan de sus decisiones laborales, algo que se complementaría con una redistribución del trabajo que combine segmentos colectivos e individuales del tiempo de trabajo, bajo la forma de obligaciones que consideren momentos de articulación con el mercado, con momentos de actividad fuera del mismo. Dentro de este contexto, debería promoverse todo tipo de experiencias que deriven en nuevas sociabilidades, a través de alternativas de cooperación e intercambio del trabajo, divergentes de la forma de mercado, mediante la auto organización en la búsqueda de expansión de nuevas configuraciones de lazo sociales no mediados por el mercado[xviii].

Al considerar el carácter “irreversible” de la declinación de la demanda de trabajo humano en términos de mercado (destacando el ritmo más que alarmante de dicha tendencia), se plantea como tarea fundamental un ejercicio crítico, que cambie la noción mercantil del trabajo, con la disponibilidad de medios para la subsistencia: “no [hay que] pensar más [al trabajo] como aquello que tenemos o no tenemos, sino como aquello que hacemos. Hay que atreverse a tener la voluntad de apropiarse de nuevo del trabajo”[xix].   Según Gorz se trataría de una “liberación” de las ataduras del discurso social dominante, que genere la capacidad para pensar en nuevas formas de cooperación productiva, intercambio y solidaridad, que consolide sociabilidades alternativas a las relaciones de mercado, como plataforma para un cambio estructural[xx].

Desde otra perspectiva, pero en respuesta a la misma problemática, autores como Jerimy Rifkin (1996)[xxi], preocupados también, por la pérdida de cohesión social, plantean que  en aquellas sociedades que continúan enmarcando al trabajo en el mercado y el Estado, sin buscar alternativas, se volverá irremediable algún tipo de salida represiva, para el “disciplinamiento” de aquellos que ni el mercado requerirá ni el Estado podría absorber, por lo que se hará necesario generar un espacio social “más allá” del mercado y el Estado, un  tercer sector o la “Economía Social”, donde se incluiría a todas  las  actividades que en la actualidad realizan organizaciones sin fines de lucro, un espacio que se torna relevante  por  dos contenidos : el carácter solidario de las actividades que allá se realizan  y los efectos socialmente cohesionantes  y democráticos que de ello  provendría. Rifkin considera que estos aspectos podrían convertirse en el núcleo de “una visión alternativa al ethos utilitarista de la economía de mercado, un espacio que se convierta en un soporte “cultural” para la emergencia de una sociedad pos mercado, que se base en la realización personal a través de acción solidaria y la participación democrática orientada a las comunidades locales como, asimismo, a la construcción de una conciencia y solidaridad global.

 

CONSIDERACIONES FINALES

Como el trabajo “atípico” es el trabajo típico del capitalismo (porque la fuerza de trabajo es una mercancía), consideramos que nombrarlo como “atípico”, da la ilusión de que podría desaparecer si se empeña la suficiente voluntad institucional, para que, a través de una paulatina erradicación de la flexibilización laboral, con políticas públicas adecuadas, termine extinguiéndose. Pero la posibilidad de esta erradicación no aparece en el horizonte, habida cuenta que, en los últimos decenios, a través de distintas vías, más bien, las patronales buscaron legitimar y legalizar la flexibilidad laboral, no en vano, los organismos internacionales como la OIT o la CEPAL dedican sus estudios a la temática y proponen alternativas de políticas públicas que encaminen a la desaparición de lo que denominan trabajos “atípicos”.

Consideramos a estos esfuerzos, mínimamente limitados para resolver una problemática, que es solo un síntoma de procesos estructurales irreversibles, ante los cuales se puede asumir la alternativa propuesta por las corrientes normativistas, de corregir el trabajo “atípico “a través de normas, o más bien,  verlo   como una puerta de entrada a la negación del mercado del trabajo (del trabajo asalariado) en tanto mecanismo de distribución de la riqueza social producida; es decir, como indicador  de que el capitalismo por  el alto desarrollo de las fuerzas productivas (robotización, digitalización, etc. ) que él mismo produjo, en la búsqueda por mejorar sus condiciones de competencia, va negando en los hechos, sus propias condiciones de reproducción, porque al no poder   ofertar trabajo, para reproducir a sus explotados en condiciones medias de subsistencia, restringe sus propias condiciones de reproducción, no solo por el ensanchado problema social y político que provoca, sino porque se devora la cola, recortando la demanda en los mercados a los que destina su producción y enfrentando crisis de sobreproducción que aparecen como crisis financieras.

Si uno reflexiona sobre las  propuestas elaboradas por algunos autores a los que nos hemos referido, en la perspectiva de  gestionar este tiempo de trabajo que va quedando liberado (se esté o no de acuerdo con ellas); se  ve que muestran la toma de conciencia sobre cambios estructurales que no los disiparemos ya con medidas normativas, cambios que van en la dirección de negar al trabajo asalariado desde sus raíces, como relación social en la que se sustenta la producción de la riqueza y su distribución en el capitalismo. Es decir, se trata de una negación que no se produce en la dimensión normativa como nos plantea Castel (2009), sino que emerge como resultado del desarrollo de las contradicciones del capitalismo.

Avanzar en el sentido de esta negación, significa dejar de platearse al trabajo “típico” (estable con beneficios sociales) como la salida más probable al supuesto trabajo “atípico” (temporal, intermitente, sin beneficios sociales, etc.) y avanzar en el sentido de que los trabajadores participen de la riqueza social, a través de formas sociales que profundicen la negación de la relación salarial como mediadora de la producción y  distribución de la riqueza, lo que significa en última instancia, la negación a la sociedad basada en la propiedad privada, pero también, significa el aprovechamiento de todas las fuerzas productivas que el capitalismo nos ha legado, para liberarnos del trabajo limitado por la necesidad y dedicarnos a expandir nuestra capacidad creativa como individuos  humanos. 



[i] Karl. M. (2008). El capital, Tomo I, vol.3. Siglo XXI.

[ii] Ídem

[iii] Polany. K. (2007).  La gran transformación. Critica al liberalismo económico. Quipu Editorial. https://traficantes.net/sites/default/files/Polanyi,_Karl_-La_gran_transformacion.pdf

[iv] Ídem

[v] Ídem.

[vi] Davies, citado en Polany. K. (2007).  La gran transformación. Critica al liberalismo económico. Quipu Editorial. https://traficantes.net/sites/default/files/Polanyi,_Karl_-La_gran_transformacion.pdf, ver página 160.

[vii] Townsend, citado en Polany. K. (2007).  La gran transformación. Critica al liberalismo económico. Quipu Editorial. https://traficantes.net/sites/default/files/Polanyi,_Karl_-La_gran_transformacion.pdf, ver pagina 161.

[viii]Naville, P. (2016). Vers l’automatisme social?  Syllepse

[ix] Karl. M. (2008). El capital, Tomo I, vol.3. Siglo XXI.

[x] Castro. L. F. (2016). Obreros fluctuantes frente a la dominación patronal. Muela del Diablo y LLankaymanta.

[xi] Castel. R. (2009). La metamorfosis de la cuestión social. Una crónica del salariado. Paidós.

[xii] Karl. M. (2008). El capital, Tomo I, vol.3. Siglo XXI.

[xiii] Castro. L. F. (2016). Obreros fluctuantes frente a la dominación patronal. Muela del Diablo y LLankaymanta.

[xiv] Ídem.

[xv] (OCDE, 2020)

[xvi] Castro. L. F. (2016). Obreros fluctuantes frente a la dominación patronal. Muela del Diablo y LLankaymanta.

[xvii] gorz

[xviii] Idem

[xix] idem

[xx] idem

[xxi] Rifkin, J. (1996). El fin del trabajo. Paidós